domingo, 12 de abril de 2009

EL GRAN JORGE LUIS BORGES

No está mal revisar cómo vivimos y seguir lo que una vez escribió el gran poeta:

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Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.

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Eso es, ya vemos, es una lástima que no seamos capaces de verlo hasta que no nos hacemos demasiado viejos para ser así en la vida que nos queda por delante o bien, al menos, mientras todavía somos lo suficientemente jóvenes.


SERRANIA DE CUENCA

El frío que entumece las manos y encharca los pies. La lluvia incesante en nuestro peregrinage de dos horas por la Ruta de las Caras. Helechos, romero, tomillo, jara, los árboles empapanos que nos regalaban más y más agua. Nosotros nos refugiábamos con los niños andando por entre las piedras para no pisar los caminos embarrados y no patinar para acabar por los suelos. El barro en las botas hacía que el camino se hiciera lento y agradable, sin prisas.
Refresco del alma, paz interior mezclada con el bocata de tortilla de patatas y, después, huir en los coches a Sacedón para tomar un buen café caliente y regresar a la temperatura que el cuerpo había perdido.
No hubo cansancio, hubo campo y desconexión. Los niños nos llenaron con sus risas y disfrutaron como pequeños exploradores. Los mayores, con mil ojos, habíamos vigilado que ninguno se perdiera.
Y esa docena de personas, en torno a la mesa circular y el calorcito agradable mientras reponía fuerzas, fue el perfecto colofón a un día tan agradable.