jueves, 11 de junio de 2009

ASI ES LA VIDA

Deseas para tus hijos un montón de historias, un montón de sueños, viajar con ellos, vivir cada segundo, aprovechar cada oportunidad.
Un día te das cuenta de que han crecido, de que la mayoría de tus sueños no han llegado ni de lejos a cumplirse. Te das cuenta de que emprenderán su propio camino y, de que, si viajan, ni siquiera lo harán contigo.
Sientes un peso entre la garganta y el pecho que acompaña a tus lágrimas que están asomando a los ojos pero que luchan para no saltar de ahí: No quieres que esas lágrimas recorran tus mejillas como una cascada loca. Piensas que la vida ha ido pasando demasiado rápido... crees que no es justo, que, por eso, no ha habido oportunidades para cumplir con lo que te habías prometido a tí misma.
(Ahora sólo queda la esperanza de que cuando emprendan su propio vuelo puedan disfrutar, por sí mismos, de todo lo que tu les has privado aunque pretendías dárselo.Y eso que te lo habías propuesto con todo tu corazón, con todas tus fuerzas. Lástima que muchas de esas cosas dependieran del absurdo dinero).
Dentro de toda esa oscuridad la luz se enciende: Sí has sido capaz de darles muchas cosas que son gratis, porque les diste la leche caliente con miel cuando picaba la garganta, la palabra amable, el apretón de manos, el abrazo en el momento que lo necesitaban, los momentos de escucha, el silencio compartido, las risas. Te esforzaste en darles todo aquello que ni se compra ni se puede vender (afortunadamente).
Como madre sólo esperas que valoren lo que les diste gratis y que olviden pronto lo que no les has podido proporcionar porque suponía haber tenido una posición económica de la que carecías en el momento que "tocaba" para poder cumplir sus ilusiones y sus sueños materiales. Lo que más me importa es no haber viajado con ella. Lo que más me importa es no haberle enseñado más mundo.

EL OLOR DEL MAR

La blanca arena y su cálido contacto con mis pies, la toalla extendida sobre la que mi cuerpo se tiende perezosamente y el olor y el sonido del mar para enmarcarlo todo. No suena el viento que suele soplar en Tarifa, el rumor de las olas es el único sonido.
Cuando mi cuerpo se llena de sol y siento su calor decido meterme en las saladas aguas. Los pies se encuentran con las olas en el borde de la arena, allí donde el agua va y viene, confundiéndose en la orilla. El frío me hace reaccionar, despertar a una sensación distinta y camino, poco a poco, adentrándome en el agua. Contengo la respiración: después de estar al sol el agua parece aún más helada. Me estoy bañando en el Atlántico (me recuerdo a mi misma) y es todo un Océano. No sé porqué me sorprendo de sus frías aguas.
Y, al final, logro vencer la impresión del frío y me zambullo rápidamente: sólo un par de veces, sólo para refrescarme...
Cuando salgo me quedó pensando en la orilla, mirando el horizonte y, luego, vuelvo poco a poco a la toalla. Me escurro el pelo y dejo que el sol seque mi cuerpo empapado para seguir disfrutando del placer de una serena tarde de playa.
Gracias amiga Ana por haberme obligado a salir de casa y disfrutar del placer inmenso de pasar unas horas tan pegada al mar. Gracias por tu compañía, por tus risas, por tu charla, por las frutas compartidas, por esa jugosa magdalena que me ha sabido a gloria.
Mañana será otro día, otra lucha. Con un poco de suerte seguirá la calma que precede a una levantera. Aprovecharemos cada instante para no perder la oportunidad de esas magníficas playas de Tarifa.