sábado, 30 de mayo de 2009

LOS ZAPATOS VIEJOS




Se instala el cálido sol de primavera. El viento de levante azota con fuerza. Esa primavera es la luz que estaba esperando mi cuerpo y mi alma, esa primavera es lo que más necesito: que caliente el sol, que florezca la tierra, que se vaya la niebla y vuelva el canto de los pájaros.
Pero la primavera no termina de llegar a mí. Lucho contra las tinieblas. Intento aprender a quitármelas de encima, como quien se quita un viejo zapato. Ese zapato se ha hecho tanto a mi pié, ha caminado tanto conmigo, que es una parte más de mí. Está pegado a mi, no puedo describir dónde acaba mi cuerpo y dónde empieza él. Nos hemos hecho juntos al camino pedregoso, nos hemos parado juntos a descansar sentados en una piedra junto a la maleza. No quiere, no se deja, no puedo arrancármelo de una vez.
Quiero ponerme mis zapatos nuevos: limpios, relucientes. Al principio serán extraños, casi incómodos, pero son zapatos de verano y me dejarán sentir el contacto del sol y del viento en mis pies. Esos viejos zapatos de invierno son como una mortaja: parecen definitivos.